Hoy hay una algarabía general porque el apresto del traje de Blesa no ha resistido el manchurrón del delito. Según un juez, hay que investigar el crédito fallido de Caja Madrid a Marsans y, entre cifras y justificantes, al ex presidente de la entidad le toca ir al trullo. A no ser que pague tres millones de euros de fianza, que apuesto que los pagará...
A mí me ha puesto más contenta hoy la justicia que imparten los televidentes. No es gran cosa todavía, pero leer que el programa más deplorable de la televisión ha perdido un poco de fuelle en eso que llaman share me alegra el corazón. No podía haber tanta gente tonta tanto tiempo. Alguno de esos adictos a discusiones descarnadas, a insultos de juzgado, a porno duro de media tarde, ha empezado a emitir pequeños pero molestos bostezos, a buscar con el pulgar un número nuevo en el mando, a regar los geranios mientras charla con el portero, a buscar la sombra en el parque, a comprar helados para los nietos, a pedalear sobre la bici que quedó en el trastero... En fin, a vivir sin el veneno catódico de cierta gentuza que se engalana cada día para vociferar al calor de los índices cegatos de audiencia. Pero... ¿será parte del nuevo guión urdido por los sastres de Sálvame para que Jorge Javier Vázquez entre en la rueda de autoflagelación de sus palmeros? ¿Es la antesala del temido regreso de Belén Esteban? ¿Es todo una broma, como el auto de otra audiencia, la Provincial de Palma? Ay, quién me mandará pensar.
También me acuerdo hoy de la empleada de una tienda Lacoste. ¿Por qué? Porque el simpático Salvador Sostres ha reclamado en su columna que la despidan porque no le quiso atender. Qué osadía. Como imaginan, aporta datos de cuándo ocurrió y dónde se ubica el establecimiento para que acertar con la chica sea pan comido para su jefe. Sostres tenía frío y quería comprar un jersey; y no uno cualquiera: con cocodrilo. Pero a las 21.34 la reja estaba a medio bajar y la dependienta dijo que había cerrado la caja y que ya no vendía. En tiempos de crisis, con este paro y la asfixia del pequeño comercio, bla, bla, Salvador estima que esa chavala es una vergüenza para la sociedad. A lo mejor si Sostres la hubiera visto bien e intuido con lascivia en ella el "olor a santidad" de los 17 años, como se le escapó cierto día en un plató, en vez de pedir su cabeza la hubiera invitado a una copa.
Yo también tengo cruzada a una peluquera de un Marco Aldany, ¿lo cuento, Salva?
Al menos el Rey cede el Fortuna al Estado, y el Estado somos todos, ¿a que sí? Qué detalle a cambio de la desimputación de la infanta. "Tengamos la fiesta en paz, españoles", me parece oírle decir.Y a continuación, los españoles preguntando: "¿Dónde hay que apuntarse para que te toque la primera quincena de agosto?". Pero seguro que también hay tongo y los primeros en colarse son Oriol Pujol y Olvido Hormigos. Como si lo viera...
jueves, 16 de mayo de 2013
lunes, 6 de mayo de 2013
Letizia, el aire y el dedo
El sobrecargo acude diligentemente a la llamada de la princesa Letizia. Está con sus hijas y Don Felipe a bordo, sentada en el cómodo sillón de business, atendiendo a sus pequeñas, pero, vaya, algo quejosa.
-Aquí hace muchísimo calor... Por favor, ¿podría poner el aire?
El azafato, que no quiere que a la insigne pasajera y sus cándidas hijas rubias les dé una lipotimia o, peor, que a la esposa del príncipe el sudor le baje el ahuecado de la melena, conecta el aparato para que se refresquen.
A los pocos minutos, sin embargo, ella vuelve a reclamar su presencia.
-Nos estamos helando. Por favor, quite el aire.
El sufrido sobrecargo hace lo que se le dice, se encomienda a la Virgen y vuelve a sus tareas hasta que, efectivamente, sus peores temores se cumplen y doña Letizia le indica que el calor vuelve a resultarle insufrible. El interpelado, confundido y desbordado, acude al asiento del príncipe, a ver si le saca de semejante embolado.
Y Don Felipe, al escuchar el relato de lo sucedido con su esposa, le contesta sin rubor:
-No se preocupe, lo hace por incordiar. Si pudiera, le metería el dedo en un ojo.
¿Leyenda aérea, chiste o... la purita realidad?
-Aquí hace muchísimo calor... Por favor, ¿podría poner el aire?
El azafato, que no quiere que a la insigne pasajera y sus cándidas hijas rubias les dé una lipotimia o, peor, que a la esposa del príncipe el sudor le baje el ahuecado de la melena, conecta el aparato para que se refresquen.
A los pocos minutos, sin embargo, ella vuelve a reclamar su presencia.
-Nos estamos helando. Por favor, quite el aire.
El sufrido sobrecargo hace lo que se le dice, se encomienda a la Virgen y vuelve a sus tareas hasta que, efectivamente, sus peores temores se cumplen y doña Letizia le indica que el calor vuelve a resultarle insufrible. El interpelado, confundido y desbordado, acude al asiento del príncipe, a ver si le saca de semejante embolado.
Y Don Felipe, al escuchar el relato de lo sucedido con su esposa, le contesta sin rubor:
-No se preocupe, lo hace por incordiar. Si pudiera, le metería el dedo en un ojo.
¿Leyenda aérea, chiste o... la purita realidad?
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