El sobrecargo acude diligentemente a la llamada de la princesa Letizia. Está con sus hijas y Don Felipe a bordo, sentada en el cómodo sillón de business, atendiendo a sus pequeñas, pero, vaya, algo quejosa.
-Aquí hace muchísimo calor... Por favor, ¿podría poner el aire?
El azafato, que no quiere que a la insigne pasajera y sus cándidas hijas rubias les dé una lipotimia o, peor, que a la esposa del príncipe el sudor le baje el ahuecado de la melena, conecta el aparato para que se refresquen.
A los pocos minutos, sin embargo, ella vuelve a reclamar su presencia.
-Nos estamos helando. Por favor, quite el aire.
El sufrido sobrecargo hace lo que se le dice, se encomienda a la Virgen y vuelve a sus tareas hasta que, efectivamente, sus peores temores se cumplen y doña Letizia le indica que el calor vuelve a resultarle insufrible. El interpelado, confundido y desbordado, acude al asiento del príncipe, a ver si le saca de semejante embolado.
Y Don Felipe, al escuchar el relato de lo sucedido con su esposa, le contesta sin rubor:
-No se preocupe, lo hace por incordiar. Si pudiera, le metería el dedo en un ojo.
¿Leyenda aérea, chiste o... la purita realidad?
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